‘El Semáforo’ de TVE, el ‘Got talent’ made in Chicho Ibañez Serrador

Al maestro Chicho Ibáñez Serrador le solemos asociar rápidamente a programas como ‘Un, dos, tres’ o series como ‘Historias para no dormir’, ambas ideadas por él. Pero Chicho no solo inventó estas y otras producciones televisivas como ‘Hablemos de sexo’ o el concurso sobre animales ‘Waku Waku’ –más tarde Jimanji Kanana-, sino que a veces también adaptaba éxitos de fuera para darles un toque ibérico.

Hace ya casi 21 años, el 27 de octubre de 1995, Serrador estrenó en TVE una adaptación de un formato italiano llamado ‘La corrida’, y que aquí, posiblemente para no hacer chistes, se bautizó como ‘El semáforo’. Un ‘Got talent’ desenfadado en el que cualquiera podía demostrarle a España su talento, consistiese este en lo que consistiese. Lo mismo valía hacer un playback, cantar en directo como una soprano o como un saco de gatos apaleados, hacer una coreografía imposible o sencillamente travestirse para hacer la mamarracha en prime time.

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¡Hola! ¿Qué tal?

Como presentadores había un trío de ases: Jordi Estadella como principal maestro de ceremonias y secundado por la exuberante Marlene Morreau y Asunción Embuena, más recatada y modosa. De hecho, Marlene siempre vestía con trajes despampanantes y Asución con uno negro, muy sencillo, y que siempre era el mismo. Así, la Embuena hacía el papel de Cenicienta con envidia de su hermanastra francesa, en este caso.

En cierto modo, el ‘El Semáforo’ había tomado el testigo del ‘Un, dos, tres’ en muchos aspectos. Jordi Estadella de presentador, Marlene Morreau por allí –la descubrimos haciendo un striptise en la etapa de Bachs del ‘Un, dos, tres’-, y había un cuerpo de baile similar al de las azafatas del programa. De hecho, alguna azafata repitió como chica semáforo, como Nieves Aparicio, y hubo rostros que luego trabajaron muchísimo como Mar Regueras, que venía de ‘El gran juego de la oca’. Durante el programa, estas azafatas o bailarinas tenían su máximo lucimiento al inicio del programa, cuando se cantaba eso de «¡Hola! ¿qué tal? Tres luces son las que nos dicen que empieza nuestro programa ¡atención!».

Para más inri, había números de las azafatas que directamente se habían reciclado del ‘Un, dos, tres’, como el mítico de las brujas. Y no nos olvidemos de Elsa Pataky, que no era bailarina del programa pero sí hacía de corista del programa, aunque dudo mucho que su voz llegase a sonar realmente en ningún momento, y que estaba allí por mona y no por buena cantante, como Victoria en las Spice.

Pero sigamos hablando de la mecánica del concurso. En ‘El semáforo’ de Televisión Española no había Ristos ni Noemíes Galeras para juzgar a los participantes: solamente hacía falta que el público presente en plató aplaudiese si le había gustado el invento o que aporrease cacharros si lo que estaban viendo les parecía una porca miseria. Eso sí, no valía ponerse a aplaudir o a golpear cuando a uno le salía del níspero, sino que había que hacerlo cuando el semáforo que daba nombre al programa de TVE se iluminaba adecuadamente. Pese a todo, aquí Chicho daba libertad al público y fue un programa que se realizó sin regidor que hiciese señas para que la gente aplaudiese o dejase de hacerlo. Así, en rojo había que contemplar la actuación, en ámbar –ahora Yurena– el público iba cogiendo los cachivaches para hacer el ruido correspondiente y en verde ya se podía manifestar el agrado o disgusto que había generado el show.

Y es que allí se podía ver de todo. Recuerdo, por ejemplo, un señor que participó con el clásico número de cabaret en el que por un lado se va de hombre y por otro de mujer y cantaba con los dos registros, una mujer que se hacía llamar Cherokee que hizo un cántico de indio americano muy extraño. Por no hablar de algunos artistas míticos que pasaron por aquel escenario como Josmar Gerona, Musiquito – ‘Dónde está la mosca’´- o Cañita Brava, que aseguraba cantar a dos voces. Un olimpio de artistas alternativos a los que luego vimos en otros programas e incluso en películas como ‘Torrente’ o ‘FBI, Frikis buscan incordiar’.

Ir a ‘El Semáforo’ no era exactamente como ir a ‘Got talent’, ya que la dinámica más divertida y a veces absurda del programa hacía que muchos espectadores no lo viesen con buenos ojos. Chicho recuerda en el libro ‘Cine fantástico y de terror español 1900-1983’ el caso de una señora de Bilbao, una mujer de familia bien que se hizo un traje para ir a ‘El Semáforo’ y que España entera viese lo estupenda y lo mona que estaba, pero su familia no lo veía bien y llegaron a sobornarla con cinco millones de pesetas para que no se presentase. Pero la señora pasó de todos y allí que concursó. O el caso de otro señor, casado, con hijos y nietos, que con los sesenta bien cumplidos cumplió su fantasía de ir al programa y ponerse una bata de cola y una peluca. Y es que muchos parecían ir al programa más a lucirse que a intentar ganar el millón de pesetas que se daba al final de cada emisión.

Por aquel escenario también pasaban rostros famosos, como Ángel Garó, que con sus personajes que ya conocíamos por el ‘Un, dos, tres’ levantase a la audiencia que a veces abandonaba al programa, y también otros en calidad de entrevistados. Porque en mitad del programa Jordi Estadella se convertía un poco en Jesús Cisneros y sacaba el lado humano de manera íntima a personas como Alaska, que contó en el programa que ella no es un personaje, y que Alaska y Olvido son la misma persona, porque a ella no le va la doble vida. Una entrevista que el público también juzgaba con aplausos o pitos, allí nadie se libraba.

‘El Semáforo’ acabó sus emisiones llegado el verano de 1997. Y para despedirse de la audiencia para siempre, se cambió la letra de su famosa sintonía para decir que las luces de ese semáforo se apagaban para siempre. Un gran «oooh». Como tal, ‘El semáforo’ nunca se volvió a hacer, aunque otros programas bebieron de su espíritu, como ‘El gran gong’ o ‘Todo el mundo es bueno’. Pero ninguno de ellos caló entre el público como este de Chicho.


Redactor freelance. Licenciado en Comunicación Audiovisual y Máster en Publicidad y Márketing.

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