Entre mis recuerdos: Las «chuches» de nuestra infancia

Por Rusty

Este artículo (titulado como aquella canción de Luz Casal porque no se le entenderá cuando habla, pero como cantante es más que grande) tiene por objeto reactivar nuestras neuronas (atrofiadas muchas de ellas por la televisión y demás drogas blandas) y recordar aquellos dulces que nos alegraron nuestra más tierna infancia. En este dulce y pegajoso (como la gira de Madonna) recorrido, repasaremos las chuches más políticamente incorrectas de la historia (y no nos referimos al grupo aquel que cantaba el «Cómo ronea»):

1.- El Kilométrico de Boomer
Desde que al mundo le ha dado por la excesiva protección a la infancia retirando del mercado toda clase de artículos peligrosos, tememos el día en que decidan retirar este aparentemente inofensivo chicle. ¿Nadie se ha planteado el riesgo de ahogamiento? A mí, personalmente, me encantaba tratar de batir el récord de cantidad-de-chicle-en-la-boca-de-una-sola-vez. Después de tantos años, alguna muerte ha tenido que causar este adictivo chicle inventado por el mismísimo Satanás. Otra variante ya desaparecida era el chicle en tubo, con una textura dudosa, pero un sabor inconfundible.

2.- El Push Pop

 

Tu dedo pegajoso y en un angosto orificio, ¿existe peligro mayor?
Tu dedo pegajoso y en un angosto orificio, ¿existe peligro mayor?

Después de años de desesperación por parte de muchos padres en múltiples intentos de que sus hijos perdiesen la afición a chuparse el dedo, a una mente preclara se le ocurrió presentar este producto bajo el eslogan Dale al Push Pop, cógele el gusto. Y cómo no, todos aprendimos a chuparnos el dedo de nuevo, mientras nuestras babas se filtraban por el cacharrito y nos dejaban los dedos más pegajosos que un suelo de discoteca a la hora del cierre. Con el tiempo, aprendimos a ponérnoslo en el dedo corazón para ir de rebeldes mientras disfrutábamos de su dulce sabor. Después de desaparecer una temporada, tuvo un revival hace aproximadamente un año, con una nueva imagen un poco menos ‘nineties’. Yo no lo he vuelto a probar, porque tengo la firme teoría de que mi dedo no puede caber ahí

3.- El dinero comestible
Hace poco, cuando creía ya extinguido a este ¿dulce?, lo volví a ver. Esta especie de ostia consagrada por una impresora te permitía ingerir la imagen del mismísimo Rey de España. Ahora, con el tema de los Euros, ha perdido la gracia, sin duda, porque lo que está claro es que no sabía a nada, el único placer era comerse a un intelectual, un jefe de estado, o algún monumento patrio. Lo que está claro es que este ¿dulce? (no dejo de planteármelo) educó a toda una generación en el metaconsumismo descontrolado (porque consumir dinero es como un poco redundante, ¿no?).

4.- Los cigarrillos de chocolate

Sin duda, el más incorrecto de los dulces de nuestra infancia. Diría que ya está retirado del mercado, pero quizá es sólo lo que me sugiere el sentido común. De todas formas, espero que así sea, porque parece que en el momento de su invención a nadie se le pasó por la cabeza la ética comercial (si es que existe ese concepto). No había mejor forma de sentirnos mayores que hacer como que fumábamos aquellas barritas de chocolate, de calidad un poco mediocre y envueltas en un papel que todos nos acabamos comiendo en alguna ocasión.

5.- Las dentaduras de gominola
Si bien han existido gominolas de toda clase y condición, desde las lógicas frutas hasta las desagradables guindillas, la forma más escatológica que pudo tomar un dulce fue la de una dentadura humana. ¿En qué momento se te puede ocurrir que unos dientes pueden ser un alimento atractivo? ¿Qué sabor le pones a una dentadura? ¿A restos de comida y paluegos varios? Eso sí, seguramente hubo quien se enganchó a este dulce y le acabó pareciendo apetecible hasta la dentadura de la abuela flotando en un vaso de agua…

Hasta aquí, de momento, el dulce repaso a aquellos tiempos en los que los Peta Zetas («El caramelo que peta» ¡¿?!) hacían daño al estallar en la boca, no como ahora, que ni se notan (mucho mejor, por otra parte, si vamos a dedicarlos a usos como el que propuso Cristinita Percances en su famoso tema). Vosotros, queridos lectores, ¿qué dulces echáis de menos, por muy chungos que resultasen?


5 thoughts on “Entre mis recuerdos: Las «chuches» de nuestra infancia

  1. Creo que hablo en nombre de toda una generación cuando digo que no hubo golosina más letal que el flash, causante de más sonrisas del payaso que la ceremonia de iniciación de ninguna tribu urbana satánica.

    Con un módico precio (mucho menos que un helado, dónde va a parar…) y una variedad de sabores que llegaba a la del pitufo, el flash edulzó y refresco muchas de mis tardes de lectura de los test de la Super Pop en grupo. Además, llegó a servirnos como juguete refrescante, cual bola loca, ya que todos sabemos que a mitad del flash, el sabor se ve mermado por los chupetones de ultra-aspiración y sólo queda un hielo blanquecino que sirve para poco más que lanzarlo en forma de improvisado copón de nieve.

    Y lo mejor de todo es que no ha desaparecido. Y yo me pregunto: ¿habrán inventado ya algo para evitar los cortes comisureros?

  2. Había un chicle del que nunca más supe, que se llamaba Thunder. Sabía a rayos, pero su particularidad era que cambiaba de color: rojo, azul, lila, negro, hasta que se quedaba con el clásico color rosa. Ni que decir tiene que era una guarrada porque te llevabas todo el tiempo sacándote el chicle para ver – y enseñar – los cambios de colores…

  3. A mi la dentadura me sigue encantando :))))

    Yo me tomaba unos «caramelos superacidos» y no era publicidad engañosa. Era un caramelo en plan bola, tipo canica gorda, recubierto de cualquier cosa incomestible para la raza humana. Era practicamente imposible metertelo en la boca del tiró pq podías morir, la gracia era cogerlo (pringarte las manos) y dar pqños lamentones hasta que perdiera el ácido. Luego te lo tomabas tan feliz y como colofón final cuando te lo acababas dentro había algo que bien podía ser el zumo de 7 limones, para que no se te quedara buen sabor de boca. Era un exitazo

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